jueves, 2 de mayo de 2013

Encantada, ana.


-Venga Ana. Es tu turno. Explícanos quien eres y por qué estás aquí.
-Como bien ha dicho me llamo Ana, tengo 19 años y vivo en Madrid, en un pueblecito en la sierra. Vivía con mis padres y con mi hermano pequeño, al que quiero con locura. Era mi mayor apoyo y por él es por quien lucho día a día.
Todo empezó hace tres años. Yo empezaba a peinarme, a pintarme los labios, empezaba a ponerme guapa. Salía con un grupo de amigas, cuatro éramos en total. Íbamos al parque, al cine, vamos lo normal en chicas de mi edad. Nos lo pasábamos genial la verdad y eran las mejores personas que he podido conocer. Me sentía bien con ellas y lo más importante, podía ser yo. Podía mostrarme tal y como era porque ellas me querían así. Y eso es una de las cosas que más echo de menos.
Una tarde estábamos mi amiga Carolina y yo aburridas en un banco de un parque cuando de repente se nos acercaron dos chicos:
-Perdonad, ¿tenéis un cigarro?
Las dos negamos con la cabeza. Mientras se iban miraban para atrás cada dos por tres y uno de ellos me sonreía. Yo agachaba la cabeza de la vergüenza que me daba. No soy una chica a la que me guste que me miren, me pone nerviosa. Su sonrisa era realmente preciosa y un tanto picara.  Pasaban los días y yo seguía con su sonrisa en la cabeza, no podía dejar de pensar en ella. Quise saber más de él, sus gustos a que instituto iba, su edad, por donde salía con sus amigos. Pero no lo conseguí, por lo que supuse que debía olvidarme de él. Seguí con mi monotonía como siempre.
Una mañana me levanté, era una de esas mañanas en las que te levantas y parece que el mundo está en tu contra. Parece que nadie te entiende. El mundo y yo parecía que nos odiábamos. Quise chatear un rato con mis amigas, a ver si ellas eran capaces de sacarme alguna sonrisa. De repente apareció. Se abrió una pequeña pestaña de una conversación, ‘’hola preciosa’’ decían. ¿Quién eres? Pensé. ‘’Hugo’’ ponía. Era él. Él me había encontrado, quería hablar conmigo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo me ha encontrado? Las preguntas estaban demás así que empezamos a hablar. Que increíble me hizo sentir. Hablas por primera vez con una persona que parece que la conoces de hace muchísimo tiempo. Así nos pasamos varios meses, hablando sin parar. Día y noche. Viéndonos de vez en cuando. Me encantaba. Él y su sonrisa. Su forma de abrazarme, su forma de hacerme reír. Me encantaba pasarme horas y horas viendo sus fotos. Su voz, que me susurrase al oído te quiero. Cosas que solo él podía hacer que fueran increíbles. Me quería como a nadie, o eso creía yo al menos.
Las cosas me iban genial, era muy feliz. Tenía una familia perfecta, unas amigas maravillosas y un novio al que quería con locura. ¿Qué más podía pedir?
Yo hacía todo lo posible para estar perfecta para él. Me arreglaba el pelo, me maquillaba, me vestía bien. Pero él parecía que no se daba cuenta. Yo al principio no le daba importancia, ya se dará cuenta pensaba. Que ingenua. En el fondo yo le quería, le quería como a nadie. Sabía que todos esos detalles no debían cobrar importancia.
Pasaba el tiempo y las cosas no estaban bien, ya no se comportaba igual. Parecía que había perdido el interés en mí, en la que era su novia. Decidí hablar con él, sincerarme. Que estaba loca decía, me lo negó todo así que supuse que eras tonterías mías.
Una tarde me fui con Carolina al centro, a las dos nos encanta el chocolate y nos compramos dos palmeras enormes. Un poco más y reventamos. Al día siguiente quedé con Hugo, un paseo en barca entre risas y abrazos. Una tarde de las nuestras, perfecta. O eso parecía al menos. Cuando me vio me dio un beso, pero lo primero que me dijo al verme fue:
-Vaya culo estás echando gorda.
Yo me quedé pensativa. ¿Lo diría en serio? ¿Estaría engordando? Pasé. Solo quería estar con él y disfrutar. No rayarme por nada ni por nadie. Una broma más, pensé. Íbamos a montarnos en las barcas, al montarme se empezaron a mover. Yo me reía a carcajadas, me hacía gracia que se movieran. A él no le hizo tanta gracia cuando me dijo delante de todo el mundo:
-Si no estuvieras tan gorda esto no se movería.
Me quedé muda. Sin palabras. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se comportaba así? ¿A qué vienen todos esos comentarios? Me fui. Me fui sin pensarlo dos veces. ¿Dónde vas Ana? decía. Desaparecer era lo único que quería. Estar en un lugar sola, sin que nadie pudiera verme. ¿Y si lleva razón? ¿Y si estoy cada vez más gorda? Esos pensamientos no hacían más que dar vueltas en mi cabeza.
‘’No joder Ana, no le puedes hacer caso. ¿Tú te has visto? Eres preciosa. A igual que tu sonrisa. ’’ Eso me repetían mis amigas una y otra vez. Yo quería hacerlas caso, aunque solo pensaba en una frase, ‘Ana, estás gorda’.  Yo quería a Hugo, pensé que había tenido un mal día y le perdoné. Él seguía frio, como distante. ¿Ya no me quería? Miraba a otras chicas. Chicas más guapas, más altas, más listas, más delgadas que yo. ¿Por qué? ¡Por qué me tiene que pasar esto a mi? Con lo feliz que era yo, joder.
Desde ese día mi vida no volvió a ser la misma. Ni yo misma me reconocía. Empecé a mirarme al espejo. Se me caían las lágrimas. Me veía fea y gorda. No quería ser yo. Al principio era capaz de ocultarlo, sonreía y parecía que no me pasaba nada. Pero a medida que pasaba el tiempo yo estaba peor, cada vez me odiaba más. Me daba asco mirarme al espejo. Me ponía a ver revistas. Míralas, todas tan hermosas, todas tan perfectas, y yo aquí tan horrible. Estaba decaída, se me notaba. No tenía ese brillo en los ojos que me caracterizaba. Pero por suerte tenia a unas amigas que siempre estaban a mi lado para apoyarme, y gracias a ellas pude salir un poco de ese pozo sin fondo donde me había metido.
Una tarde me animaron para ir al cine, por unos momentos dudé en si ir o no, pero me convencieron. Fui yo, conseguí sonreír, no pensar en nada. Cuanto tiempo hacia que no sonreía con ganas. Me sentía bien, increíblemente bien. Incluso por unos momentos llegué a pensar que había conseguido recuperar mi autoestima. ¿Habría superado todo?
Pasaban los días y yo cada vez me encontraba más animada. Y parecía que todo con un Hugo había mejorado, parecía ser como antes, pero se quedó en simplemente parecer.
Una noche fuimos Hugo y yo a cenar a un restaurante que hay aquí cerca de mi casa. Él estaba atento conmigo y parecía volver a ser el que era. Llegó el camarero, nos dio la carta y nos pregunto que queríamos cenar. Él como siempre, pidió pasta. Su comida favorita. Le encanta, sobre todo con queso gratinado por encima. Yo iba a pedir carne, había un plato que tenia buena pinta, y cuando se lo fui a decir al camarero Hugo me cortó:
-A ella ponle una ensalada, que está a dieta.
Me quedé sin habla.
-¿Por qué me pides una ensalada Hugo? No estoy a dieta.
-Si cariño, has engordado unos kilos, pero no pasa nada, con unos días que comas bien y hagas ejercicio los perderás.
Por un momento me sentí mal, realmente mal. Y le hice caso. Me puse a hacer ejercicio. Todos los días. Me iba una hora a correr. Pero yo no veía resultados, me veía igual, incluso me miraba al espejo y me veía más gorda. Así que decidí hacer más deporte. Si antes hacia una hora, pues hacia dos. Y después tres. Hasta que creyera que era suficiente.  Empecé a obsesionarme, con mi físico, con mi peso, con los espejos. Los tapé todos, no quería ni verme. Estaba desmejorada, descuidada, fea. Dejé de peinarme, de pintarme de cuidarme.
-¿Qué te pasa Ana? ¿Por qué ya no te cuidas? Si a ti te encantaba.
-Nada mamá, ahora mismo no tengo tiempo. Tengo demasiado que estudiar.
-Bueno hija, si necesitas algo ya sabes dónde estoy.
Mi madre estaba preocupada por mí, me veía distinta, rara. Sabía que algo me pasaba pero no era capaz de saber el qué. Y yo no me daba cuenta, no quería verlo.
-Ana, en serio. Últimamente no eres tú, te pasas demasiado tiempo en el baño, no quieres comer. Mírate, empiezas a dar pena.
-Mamá, déjame ¿vale? Estoy bien.
Yo lo único que quería era que me dejaran en paz. No quería saber nada de nadie. Dejé de salir con mis amigas, si venían a mi casa le decía a mi madre que dijera que no estaba. Y a Hugo no quería ni verle. Perdí todo lo que tenía por haberme obsesionado con mi peso.
Me pesaba todos los días, cada vez pesaba menos. Me sentía bien, estaba consiguiendo mi objetivo. Por un momento pensé en dejarlo todo, en volver a ser la que era. En volver a comer, en no volver a hacer ayunos. Me miré al espejo y dije, Ana, ¿por qué ibas a dejarlo? Estás adelgazando, eso es lo que querías. Me arrepiento tanto de no haber pensado lo contrario. Quizás ahora no estaría aquí.
Llevo dos meses metida en este sitio, aquí todo el mundo es como yo. Todo el mundo ha caído en el infierno de la anorexia. La mayoría nos hemos autolesionado, y las marcas de las muñecas me recuerdan lo que hice mal. Me castigaba por ser quien era. Creía que era lo correcto y así lo hacia una y otra vez. Ahora solo quedan cicatrices. Nunca pensé que acabaría así, ni en un sitio como este. Aquí te controlan todo, todo lo que haces. Te acompañan hasta al lavabo, te pesan todas las semanas, te sientes observada. Y lo peor de todo, te sientes sola.
-Muchas gracias Ana por compartir con nosotras tu experiencia. Es hora de que salgas ahí fuera y sigas luchando como hasta ahora para empezar tu nueva vida.
Salí de aquel sitio creyendo que todo iba a ir mejor. Creyendo que iba a ser feliz. Y así fue durante unos meses. Pero volví a caer. No conseguí superarlo y volví a hacer lo que un día hice mal. Ahora ya no sé ni quién soy.  Después de haber luchado tanto estoy aquí otra vez. Encerrada en las cuatro paredes de un hospital. Llena de tubos por todos lados. Oyendo las voces de mi familia, ‘esta chica se va a morir’. Solo quería acabar con todo, dejar de sufrir.
No he sido capaz de vencer esto, estoy sola y yo sola no puedo. Cada día estoy peor, no tengo ganas de comer, no tengo fuerzas. Cada día estoy más débil. Me arrepiento tanto de haber empezado esto. Como me gustaría volver a esa conversación. A esa primera conversación que tuve con él, para no contestarle. Para no conocerle. Para que nada de esto tuviera lugar. Porque desde esa conversación he ido muriendo poco a poco. Hasta el punto de que ya no existo, y de que esta enfermedad ha podido conmigo. 

No hay comentarios: